¿Por qué para mí el amor es una droga? un vicio maldito que me condena y por el cual me
desvivo sin concebirme de él siquiera el más ínfimo vestigio de libertad.
En mis mañanas, siento el celo del viento y el reproche
implacable de un sádico sol quien maltrata mi vista por no tener ojos para
observar su resplandor. Me astilla la escoriación de estas llagas, producto del fustigo
del látigo de aquel verdugo llamado el tiempo y conforme su avance, siento como
se hacen no sólo más profundas, sino más emponzoñadas estas heridas.
En las tardes como muerto vivo ando, deambulando por los
contenes, arrastrando los remanentes de mi cadáver putrefacto de lugar a lugar.
Dejando mis desperdicios, pedazos que se
desprenden de mi cuerpo decadente en cada esquina. Sordo y casi mudo mientras,
te pienso, te pienso, te pienso y te pienso. Así convirtiendo las proposiciones
de mis razonamientos lógicos en círculos tan tremendamente depravados que aún
tergiversados no podrían adjudicársele a nada de bien.
Mas, es en las noches cuando revivo. Cuando en ese tierno regreso a las sombras
logro vislumbrar un horizonte, el cual culmina en mi féretro desolado, de donde
se emanan hedores y los más sublimes
sentimientos. Con cada grito de entre las penumbras y cada deseo cada vez más errático, se hacen mis pensamientos amorfos así voy reforzando en mí, costumbres holgadas. Así no duermo aferrado a la esperanza de
sentirte otra vez. Quizás alguna noche, entre el averno y mi ser, te decidas
porque logremos hacer explotar esta realidad abigarrada.